En diciembre de 2013 Gastón Silva tocaba junto a su banda en un boliche de Moreno. Una descarga eléctrica en su guitarra lo desplomó muerto sobre el escenario.
A fines de 2014, al cordobés Agustín Briolini de 23 años lo mató una causa similar.
En enero de 2015 cerca de Moreno en un local de Ituzaingó, irónicamente bautizado “Bendito Bar”, León Villa Rebufo perdió la vida del mismo modo.Hace unos días en Rosario, quien cayó fulminado fue Adrián Rodríguez.

Por Gustavo Zurbano*

Cuatro víctimas que imponen a gritos el repudio y rechazo a las razones que segaron sus vidas, y nos interpelan a la reflexión, el análisis y el cambio de paradigma que desmembren la naturalización de estos casos como de “inevitable fatalidad.”
Los músicos queremos tocar, y ello es un derecho irreprochable.

Pero éste no puede anteponerse a otros irrenunciables, tal como lo son el derecho a la vida y a un trabajo digno.
La labor de los músicos de Argentina produce una masa de dinero anual similar a la suma de la pesca y la minería juntas.
Comprando cuerdas, tomando o brindando clases, autogestionando un CD, renovando el instrumento, pagando horas de grabación o vendiendo entradas para su recital, el músico es un engranaje más de esa fabulosa industria.
Los cambios tecnológicos, la Internet y otras innovaciones han modificado la fisonomía de producción, provocando concentración de las mass-media por un lado e híper precarización laboral por el otro.
En medio de ese río revuelto la música es buen negocio para casi todos (bolicheros, empresarios, imprenteros, replicadores de CD y varios etcéteras), aunque casi nunca para los padres de la criatura.

Las respuestas indie han intentado paliar la competencia desigual, disputando mercado a la Sony, la Warner, Endemol y sus socios locales.
Aunque ello ha derivado en resignación de derechos laborales a cambio de la toma de riesgo que supone convertirse en patrón de su propia empresa.
Cuando estos emprendimientos salen mal pueden castigar con un Cromagnón. O con cuatro -¿serán sólo cuatro, considerando que apenas fueron visibles desde las noticias policiales?- vidas mutiladas sobre los escenarios.
Estos casos de aparente “inevitable fatalidad” son en verdad el gesto más grotesco de la flexibilización laboral y la explotación.

Más allá de la música, la escena deja verse a veces desde la ventana abierta de algún taller clandestino de ropa, y/o en los galpones de alguna estancia rural.
Pero cotidianamente, con distintos grados de injusticia, se padece en la mayoría de los escenarios donde se para un músico.

Porque si telonea a un famoso, a cambio del minuto de fama seguramente le pedirán que resigne cachet y/o regalías de autor e intérprete. O porque firmará, cuando los hay, contratos leoninos con salarios a la baja. O más común aún, alquilará el sonido de salones habilitados para música en vivo ¿?...o actuará “a la gorra”, o finalmente le pagará al bolichero que le “permite” actuar y que al final de la noche le cobra rigurosamente la consumición.

Las políticas reparatorias inauguradas en 2003 han atendido como nunca antes a las industrias culturales en general y la música en particular.

MICA (Mercados de Industrias Culturales), Ley de Medios, Ministerio de Cultura, reconocimiento de la SAGAI, Ley del Trabajador Actor, anteproyecto de le Ley Federal de Culturas, Día Nacional del Músico y Ley de la Música parte 1. (Definición que sugiere una parte 2 inconclusa…)

Esta última, que crea el INAMU (instituto de la música), fue discutida por los músicos en modo horizontal y federal, en un momento histórico en el cual la necesidad de poder tocar se anteponía al como hacerlo.

Semejante batería de leyes han elevado nuestra condición como sociedad, como ciudadanos y como músicos. Aunque no alcanzan aún para evitar casos como los de Gastón, Agustín, León , Adrián…
La muerte evitable sólo adquiere algún sentido si nos sirve para encontrar las vías de poder sortearla.

La memoria de los compañeros que quedaron en el camino, víctimas de un negocio inmenso y muchas veces perverso, hace estéril la vigencia de discusiones del sector que la dinámica del modelo político vigente y la sociedad han superado.
Si el músico se considera artista, independiente, autogestivo, dependiente, cuentapropista, laburante u otra opción, en todos los casos es siempre sujeto de derecho.

Las diversísimas organizaciones de músicos que al cobijo del modelo vigente han ido proliferando en el país junto a las ya preexistentes (alrededor de 14 sindicatos por región con un promedio de 60 años de existencia) no debieran insistir en sus diferencias de modo de producción, de asociación, de género musical, de mirada gremial, política o a-política, que también las hay, cuando la vida de uno de los nuestros se manca trabajando.

La parte 2 de la Ley de la Música clama por su inmediata existencia, para poder regular las condiciones laborales en las que los músicos tocamos.
Y el Estado debe intervenir vía ministerio de Trabajo, de Industria y de Cultura como mínimo en los niveles Nacional y sus correlatos Provinciales y Municipales, para proteger al músico- productor del 2,5% del PBI-, en cuanto ciudadano consagrado por la Constitución y como trabajador, tal como se lo incluye en la Ley Federal de Culturas.

Regulando por vía de la inspección, de políticas de exención impositiva al fomento de música en vivo, de un canon sobre las entradas suntuarias de los megarecitales y otra serie de medidas de corte similar, un proceso de distribución equitativa de la renta que el sector produce.

Es hora de poner el caballo delante del carro.
De pensar en caja previsional, obra social, ingresos regulares y otras necesidades que entonces son derechos.
Y porque además la guita está.

En el mientras tanto, ir a tocar llevando un disyuntor portátil nos puede ser útil.
Pero si no nos detenemos a reflexionar, si no confiamos en poder cambiar el paradigma, si nos enojamos para luego resignarnos, puede llegar el día en que por el afán de tocar le paguemos la consumición al público.

Si algo así sucediera, la pérdida de los Gastón, Agustín, León y Adrián habrá sido no sólo injusta, sino absolutamente en vano.

*Miembro de la Unión de músicos en CTA
Adherida a FIMA (Fed. Independiente de Músicos de Argentina)

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